viernes, 18 de julio de 2008

La vida te da sorpresas



Madrugada del 16 de septiembre de 1996. Como nunca antes, acudí al grito de Independencia a la Plaza IV Centenario. Solo entre tanta gente verdaderamente la pase bien. Lo que más me gusto fue la pirotecnia. Lluvió a cantaros. El gobernador era Max Silerio.
Al acabar el evento abandone la plaza y la multitud por la calle 5 de Febrero caminando hasta llegar a la altura del Mercado Gómez Palacio, alguien que caminaba delante de mi se me hizo conocido. Efecivamente. Se trataba de Piolo; un individuo al cual le debía yo uno de los peores momentos de mi vida. Y una cicatriz en mi brazo derecho.
-Quiobo Piolo, ¿Te acuerdas de mi?-
-¿Eh?- me miro fijamente, -No te recuerdo-.
-Y si te enseño esta cicatriz ¿Si te acordarás?
-Subitamente sus ojos se abrieron, al momento que intento correr.

Lo alcance a tomar de la chamarra. Lo derribe fácilmente. Ahora los papeles estaban invertidos. Mi estatura es desde los 15 años de 1.80 cms. contra el 1.65 aproximado de Piolo. Se quedo enano. Le devolví el detalle de besar suelas. Lo arroje tres veces contra una cortina metálica de una ferretera. Le abrí la cara a golpes. Hasta se trago sus dientes. Finalmente se quedo tirado en el suelo. Mis puños iban llenos de su sangre. Doble por la de patoni hasta 20 de Noviembre. Un mariachi tocaba "El Son de la Negra". Aún me hervía la sangre.
No me jacto. Las venganzas no llevan a nada bueno. La tome, porque estabamos uno contra uno. Al menos para él, ahora si era más parejo el asunto. Las cosas lo eligen a uno. Tampoco me arrepiento.

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