lunes, 18 de octubre de 2010

Amaestrador


De esas raras ocasiones en que las tareas del hogar lo permiten me siento frente a la Caja Idiota para estupidizarme un momento. Hace días miré a un personaje muy especial. Un domador de perros maleducados. Expusieron el caso particular de "Bull" un labrador color negro bastante agresivo. César, el domador, se apersonó en la finca donde el bravo can es resguardado durante el día en un área rodeada de malla ciclonica. Sin nadie imaginarlo, quizás ni el mismo "Bull", César llegó de la manera más natural abriendo la puerta de la malla ciclonica, con paso firme pero cauto se aproximó el animal que sorprendido, sólo atinó a quedarse echado e inmovil, César se plantó frente a él, y sin ruidos extraños ni conjuros, ni pócimas, mucho menos con violencia ni gritos, alargó su mano derecha hasta la cabeza de "Bull", misma que estaba curtida por cicatrices muestra del maltrato y de las peleas a las que sus malos amos anteriores lo sometían. A la primera caricia se mostro desconcertado, de repente se torno dócil como un corderillo. Ya entrados en confianza mutua, juguetearon, corrieron, rodaron por el prado, se contaron sus intimidades, se hicieron amigos. "Bull" lengueteó a César al final del encuentro. Los presentes, testigos de muchas bravatas del perro, mudos, no daban crédito. ¿Cual es el secreto? Preguntaron a César. "Ser firme, no usar gritos ni violencia, no dudar al acercarse tener en mente el propósito y ya, es todo".


Así quisiera un día entrar en mi pecho, la jaula donde está mi corazón; encerrarme con él y aproximarme lenta y firmemente, Alargar mi mano y acariciarlo, decirle: "Eh, ¿Que pasa? Todo va a estar bien. Secate esas lagrimas pequeño bravucón. Nadie va a castigarte. El fango no se hizo para tus alas. Tránquilo corazón que hemos visto cosas peores. No pares nunca de latir, ni de soñar, estaremos siempre juntos, eres Maravilloso. Dejame llevarte en mis manos... para mostrarte".
Así quisiera encontrar en la boveda de mis recuerdos al niño que fuí. Aunque huya de mi, alcanzarlo, acercarme lentamente a él, decirle que todo va a estar bien, tomarlo en mis brazos, secarle sus tantas lagrimas, lavarle su carita sucia con mi llanto, arreglarle un poco sus ropas maltrechas, sobar sus manitas ajadas y partidas, abrochar las agujetas de sus pequeños zapatitos. Todo va estar bien, todo estará bien te lo prometo... ¡Perdoname! Por no haberte buscado antes, por haber dejado de creer en ti, por dejarte tan solito en esta obscuridad plagada de monstruos, en esta boveda colmada de recuerdos asesinos. ¡Perdoname chiquitin! Me olvide de ti, te quedaste a solas con una legión de Demonios. Le dire que puede marcharse, que ya es libre. Que nada lo ata a ese frio y tenebroso lugar. Así, dejare atras tantos prejuicios, muchos emociones lastimosas, y más... mucho más; que sólo ese niño que fuí y yo sabemos.