martes, 31 de mayo de 2011

La Leyenda de la Esmeralda











Entre las dunas del Azawagh, la parte meridional del Sahara perteneciente a Niger, viajaba la leyenda de un viejo Tuareg poseedor de una bella y refulgente esmeralda. Hen-Casul, sibarita, ladrón y mercenario de tiempo completo, había pasado los últimos años de su vida intentando conocer el nombre del pastor, con ello, lograría ubicarlo. El tiempo acariciaba las arenas del desierto día tras día, hasta que, por azahares del destino, al estar dando agua a su caballo en un pozo de una pequeña aldea escucho la conversación de dos ancianas: "Oh sí, claro que la he visto, es la piedra más grande y brillante que estos arrugados ojos hayan visto, su resplandor puede cegar. Kel Qett la muestra a quien se lo pida". De súbito monto en su corcel. Como había sido tan torpe, se decía a sí mismo, esa esmeralda había estado frente a su nariz todo el tiempo, varias veces en sus recorridos llego a encontrarse con Kel Qett y su rebaño de cabras, pasando siempre de largo, después de todo que podía robarle a un viejo ermitaño cuya única proeza era tocar su flauta por las noches frente a la fogata. Era tal su desesperación que a todo galope intento seguir varias direcciones a la vez en su búsqueda. La última vez que lo había mirado fue en cercanías del Oasis El-Bahír, hacía tres lunas llenas. Allá se dirigió. Las estrellas fijas, inmóviles eran comparsa de su deseo revivido. Al bajar una duna, las patas delanteras del caballo cayeron en una fosa poco profunda pero lo suficientemente peligrosa para romperlas como espigas de trigo. Hen-Casul rodo por la arena. Al darse cuenta, ya estaba rodeado por una andrajosa banda de ladrones del desierto. Mal vestidos, mal alimentados, y hambrientos. -Vaya, vaya, miren lo que ha traído el viento- escupió en su cara el jefe de la pandilla. -Un personaje bellamente ataviado. Tenemos tanta hambre que te comeríamos asado- Las risotadas de los salteadores le aterraron enormemente. Por primera vez en su vida, estaba siendo víctima de lo que él tantas veces cometió. Su mente pensó en rendirse; su corazón recordó la Leyenda de la Esmeralda. Con la velocidad de un relámpago despojo a uno de los bandidos de su daga, al tiempo que le cercenaba la garganta. Giro bruscamente la cabeza del siguiente. para luego lanzar la daga a uno que permanecía de rodillas frente a él. El cuarto se abalanzó alabarda en mano, con un movimiento lo evadió, clavándole la hoja en la espalda, el quinto ladrón no quiso dar pelea y salió huyendo a caballo. Un maltrecho y exaltado Hen-Casul, con las manos llenas de sangre de los facinerosos, se hinco en la arena frente a su caballo. - Ikawalen Shette, mi pequeño, mi hermano, mi hijo, yo mismo, mira como te ha dejado mi ambición, soy un insensato- Echose a llorar como un chiquillo. Sólo la luz de la luna le recordó su nuevo deseo. Con la misma daga que había matado a sus ocasionales asaltantes, abrió el pescuezo del noble animal, sólo un quejido sordo como consintiendo el noble acto escapo de su Lucero Negro. La sedienta arena de inmediato reclamo su cuota. Camino hasta la alborada antes de sentir que las hadas lo tomaban en sus gráciles manos. Estaba en el Valle de la Estrella Azul. El fuerte aroma a leche de cabra quemada le calo en la garganta. Permaneció dormido todo el día. Ya era de noche otra vez. Estaba a buen recaudo en una pequeña tienda. La resequedad en la boca no dejo escapar ninguna palabra. Se dolió de un costado. Un vendaje ajustado hecho con retazos de su propia vestimenta lucía empapado de sangre y sudor. Alguno de los ladrones debió herirlo sin darse cuenta por la fuerza de las circunstancias en la escaramuza. Intento ponerse en pie sin lograrlo. La llamarada en el exterior proyectaba la sombra de un hombre sentado pacíficamente y en total abstracción. Como pudo, Hen-Casul se arrastro hasta salir medio cuerpo del diminuto refugio. -Has despertado amigo mío, eres fuerte. Sobreviviste a una profunda herida de Tagda y a la deshidratación. Te encontré cuando Tefuk estaba en lo más alto y sus brazos recogen todo lo vivo que hay en este lugar. Eres afortunado, no tenía planeado pasar por este Valle. A veces soy yo el que sigue a las cabras.- Los ojos Hen-Casul se fijaron sutilmente en las formas caprichosas de las llamas antes de desmayarse otra vez. Al despertar, el pastor frente a él, le extendió un poco de agua, la última que le quedaba, y un trozo crudo de carne de cabra. Los devoro al instante. Cayó boca arriba con la respiración desaforada. Sintió que todas las fuerzas desertaban de su otrora macizo cuerpo. Podía ver su cuerpo tendido en medio de la tienda mientras su alma migraba. Una sonrisa se dibujo en sus labios. Pensó que no era tan aterrador como creía. Música de panderetas, de cascabeles y laudes le recibían en la Gloria, en aquel cielo que su madre le describió tantas veces cuando era un niño. Un saludo antecedió a otros más. Era una numerosa caravana de Egiptanos. En su peregrinaje, se han cruzado con el viejo pastor. -¡Ea!, viejo león, sal a saludar a tus amigos, ven a beber un trago de tessé bajo la luz de la luna- El anciano, fuerte aún como un roble se incorporó y salió al encuentro de los viajeros. Han-Casul se limpio la cara bañada en frio sudor. Escuchaba atento toda la conversación. -Bebamos viejo, aun que la luna es nuestra, que mañana nos buscará en vano. Ven a mirar las mercancías que traemos desde lejanas tierras. Hechizantes esencias, telas que son como las nalgas de las vírgenes de Damasco, manuscritos de procedencia incognoscible, piezas de alfarería quédate con algo vamos, vamos. Cualquier cosa es moneda de cambio, mi querido Kel-Qett-. El corazón de Hen-Casul dio un brusco sobresalto. Había sido salvado, resguardado, y alimentado por el mismísimo Kel-Qett. Intento enterrarse en la arena, ocultarse. Busco la daga de los ladrones, su gozma la había perdido. La calma regreso a su pecho sólo cuando Kel-Qett volvió a la tienda, trayendo de la mano a una joven Egiptana. Cubierta su cabeza con un alleshaw, sólo sus ojos eran visibles de los cuales emanaba una inusual y extraña fuerza luminosa. -Vamos pequeño cachorro, levanta la cabeza. No hay mejor alimento para un jovén león como tú que una hermosa gacela. Esta bella Diosa sabrá revivir cada parte de tu ser, cada sueño, cada anhelo, hasta los más profundos y ocultos volverán a rugir en tu pecho-. Acto seguido Kel-Qett le dio un beso en la frente a la Egiptana, exclamando, -no encontrarás mujer igual en esta ni en mil vidas más, ¡Por Amanar que digo la Verdad!-


Al quedar a solas, la mujer se despojo lentamente de la túnica, y del pañuelo que cubría su testa dejando a la vista un vaporoso vestido. Doradas pulseras encerraban sus fragiles brazos, su cabello caía docilmente hasta el comienzo de unos glúteos nacarados llenos de preciosos hoyuelos y una breve cintura coronada por los Ojos de Venus. Su mirada profunda como abismo se poso fijamente en Hen-Casul; avergonzado por su condición, herido, revolcado y varias noches sin tomar un baño, atino únicamente a bajar la mirada. Ella le regalo una sonrisa. Se inclino poco a poco hasta quedar frente a frente; con ambas manos intento alcanzar su rostro, como un halcón herido, Hen-Casul reaccionó bruscamente alejandose y levantando un brazo como quien se oculta de un halo poderoso. La mezcla de emociones; saber donde se encontraba, el temor de ser descubierto y la presencia serafica de ese ser lo tenían con el corazón a punto de salirse por la boca. -Iris, mi nombre es Iris-, le dijo antes de ponerse en pie y volverse a hurgar en un bolsón de piel de camello donde llevaba sus pertenencias. El breve nombre hizo eco en la mente de Hen-Casul intentando comprender su significado, lo repetía una y otra vez con la voz de ella dentro de su cabeza. Determino que era todo un Iggi para él descifrarlo; no pudo evitar reír sonoramente. -Vaya, el señor se ha relajado. Pense que eras mudo. Necesitas ser consentido con un buen baño-, -Sí, con leche de cabra ¿No?-, -Claro que no, aguarda un momento-. Iris salió de la pequeña tienda, en lo que Hen-Casul trataba sin lograrlo, de mantenerse en calma. Pensó huir y olvidarse de todo. ¿Huir? No renunciaría a obtener La Esmeralda ahora que estaba tan cerca como nunca antes. Sumerguido en sus propios pensamientos se quedo dormido. Soño con su madre que con palabras claras le advertía tuviera cuidado. Veía sus ojos, podía sentir otra vez las pequeñas manos maternas deformadas por la edad tomando su cara. Él acariciaba su blanco cabello y le daba un beso en la tibia frente.












Continuará....

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