
Muchos la acaban de descubrir con sus rizos mal peinados, con esas enormes cejas pobladas y nunca delineadas, con el cuerpo sin forma y con las ganas de ser cantante profesional que provocaron que todos, exactamente todos los que asistían hace un mes al "reality show" inglés "Brittons got talent" se burlaran despiadadamente a cada oración que la concursante Susan Boyle pronunciara.
"Fea", llegaron a gritarle.
El auditorio se cayó en carcajadas cuando uno de los jueces le preguntaba qué hacía, dónde vivía y ella confesó que era desempleada, que venía de un pueblito escocés perdido en la campiña, y el sarcasmo llegó a su máxima expresión cuando la abuchearon en el momento en el que cándidamente confesaba que nunca le habían dado un beso, y que nunca había tenido una cita amorosa con nadie, y que además, lo único que tenía cerca era a "Pebbles", su gato.
El resto de la historia es conocida y ha dado la vuelta al mundo materialmente por la extraordinaria voz con la que ganó ese día el concurso, pero también porque dejó en evidencia la miseria humana, la misma miseria humana que pudo haberla hecho desaparecer del mapa de sus sueños de llegar a ser una gran cantante; sólo por no ser bella o sexy.
A Susan Boyle estuvieron a punto de negarle todo juzgándola por su apariencia. ¿Cómo era posible -se preguntaban muchos- que una mujer que se veía mayor de lo que era y con aquella apariencia intentara ser cantante?
Pero la suerte le tenía reservadas más cosas que jamás pudo imaginar: por ejemplo, que el video de su actuación en el concurso se convirtiera en el más visto en la historia de la cadena cibernética "You Tube" con más de cien millones de personas que han entrado a verla. Susan Boyle cantando destronó -en auditorio- al video de la toma de posesión del presidente Obama, y hoy, su humilde casa en Escocia se ha convertido en centro de interés nacional, e internacional.
Productores musicales de gran renombre la están persiguiendo con contratos para producirle un disco que la haga brillar, y los periodistas Larry King de CNN y Oprah Winfrey se la están disputando en una subasta al mejor postor, que ganará seguramente quien más dinero pague a Boyle por venir a América a contar los detalles de su triunfo.
Y es aquí donde surge inevitable la pregunta ¿Quién es en realidad el feo?
¿Acaso no son aquellos que como hienas festejaban anticipadamente un fracaso que nunca pudieron ver en la presentación de Susan? Sin lugar a dudas que los feos son quienes juzgan por la apariencia, los que critican la forma de vestir, el cómo se luzca una, los que cínicamente se burlan de personas pasadas de peso o con defectos que les hacen estar incapacitados, o los que hablan mal de otros sólo por hablar. ¡Estos sí que son lo feos!
Gente así es la que debe recibir rechiflas, la que a pesar de tener cuerpos esculturales, caras de ensoñación y cabellos de modelo, no deberían tener las oportunidades que niegan a otros a quienes juzgan por lo que se ve y no por lo que son.
Susan Boyle me ha vuelto a reconciliar con los que piensan en cosas como por ejemplo, la inteligencia, la discreción, la cultura, el humor, y que a fin de cuentas no se permiten un juicio dañino a otros hasta que no prueben su capacidad, como diría Santo Tomás: "hasta no ver, no creer".
Es por esto que la historia de la escocesa regordeta y con voz de ángel nos ha servido como el alto en el camino para dejar atrás aquello que se aplica diariamente en todo el mundo: "como te veo, te trato".
Después de Susan, eso ya no se vale.